viernes, 21 de marzo de 2014

Bodegas Obras maestras del buen diseño

Imponentes y modernas, estas bodegas, en este caso vinícolas, destacan por su grandeza respetando siempre el entorno donde están enclavadas. son la muestra viva de que cualquier espacio principalmente funcional puede convertirse en una pieza arquitectónica y en una obra para la contemplación.





Esta bodega produce admiración al contemplarla. Obra del Premio Nacional de arquitectura de Chile, José Cruz Ovalle, es un lugar impresionante debido a sus medidas (145 metros de largo, 28 metros de ancho y 11 metros de altura) y las formas esculturales que presenta. Cruz propuso que la obra despertara, como el vino, cierta voluptuosidad de los sentidos, encarnando la dimensión sensible de la forma, mediante la relación entre la madera y el espacio. “En su despliegue con la luz, la madera otorga esa multiplicidad de matices que, como el aroma, el sabor y el color del vino, son concertados en la obra para construir la duración por medio de una diversidad de tamaños que conforman los espesores y las profundidades, las que buscan no agotarse en una primera mirada”, explica el arquitecto.

Al emplazarse en el campo, la obra queda orientada sin la jerarquía de un delante y un detrás, como sucede en la ciudad. Esto hizo pensar en un edificio con un perímetro habitable, sin revés ni derecho, equivalente en todos sus frentes, capaz de crear una transición entre el interior y el exterior. Se propuso desplegar este perímetro como un borde sombreado y protegido de la lluvia, conformando un espesor, matizado por el claroscuro de las sombras y la luz. 

Por último, este proyecto también contempló la invención de un sistema constructivo nuevo, algo no menor. “Si hacer la estructura totalmente en madera ya generaba cierto grado de complejidad, nosotros la aumentamos al no querer renunciar a construir con madera incluso la losa elevada llamada mezanina. Desde ésta cae por gravedad, a las cubas, el caldo de uva en el proceso de vendimia. Tuvimos que inventar una nueva manera para tener una impermeabilidad total de esa mezanina que hasta el momento de su construcción era inédita en Chile”, asegura Cruz
 

Lapostolle, máxima calidad espacial

El arquitecto Roberto Benavente, en asociación con Amercanda, Bernd Haller y José Luis González, fueron los encargados de darle vida a esta obra que escapa de toda norma. Al ver la estructura, más que una bodega, uno ve un capullo que, poco a poco, va abriéndose para descubrir todo su esplendor. Si bien todo salió perfecto, la obra no estuvo exenta de desafíos. “El primero fue arquitectónico, no queríamos ‘un hangar bonito’ con fachada linda y sólo técnica por dentro, sino que espacios interiores para degustar y hablar del vino, acompañados de una calidad espacial. El segundo reto fue técnico; abrir un agujero de 30 metros de profundidad para asegurar una estabilidad térmica natural a la guarda del vino”, explica Benavente.

Este arquitecto se ha especializado en la proyección de varios museos alrededor del mundo y, es quizás por esta razón, que le interesa muchísimo el recorrido emocional que se genera en la obra. “En este caso, la vinificación por gravedad coincide con el recorrido vertical que penetra en el corazón de la colina, en donde hay un tesoro escondido que el visitante va descubriendo lentamente, como una sorpresa”, enfatiza el arquitecto.

 

Seña, síntesis de experiencias
La bodega, mirador y sala de degustaciones de esta viña fueron proyectados por el arquitecto Germán del Sol tras el desarrollo de un plan maestro que buscaba potenciar todo lo existente en el paisaje. “Para conseguirlo, tratamos de reunir las experiencias, que de otro modo quedarían dispersas y sin potenciarse unas con otras, así todo quedaría bien integrado. Por ejemplo, los parronales que forman largas masas curvas que siguen la pendiente, la alameda de plátanos orientales, el valle cultivado y más atrás la cordillera con el Aconcagua destacándose. Un Plan Maestro, tiene que imaginar el campo como un todo que también saca fuerza y belleza de su relación con el paisaje natural y cultivado del valle de Aconcagua”, cuenta el Premio Nacional de Arquitectura de Chile. Una piedra angular para la proyección de estos espacios fue que la Viña Seña se rige a través de los principios de la agricultura biodinámica, la que contempla principios de la antroposofía de Rudolf Steiner y que genera fertilidad en la tierra con métodos naturales, desarrollando técnicas específicas de producción de abonos. Germán del Sol enfatiza: “Se trataba de convertir a Viña Seña en un destino irrepetible de interés mundial, con más gracia que recursos, utilizando materiales y mano de obra local, transformando el campo en un lugar donde estén a gusto no sólo las parras y la gente que produce el vino a mano con mucho cuidado, sino también a las visitas de todas partes del mundo”.


Errázuriz, historia de dos edificaciones
La arquitectura de la bodega Icono Don Maximiano refleja la evolución de Errázuriz como viña, es un contrapunto contemporáneo a la existente bodega histórica. “Se puede leer perfectamente cómo la evolución de los vinos también está acompañada por la evolución de la arquitectura del lugar. De este modo, la bodega es una sala de vinificación de alta sofisticación con diseño y tecnología de vanguardia que muestra cómo se hacen sus mejores vinos, mientras que toda la infraestructura histórica está destinada a la recepción de visitas y especialistas. Ambas estructuras son integradas por el paisajismo de Juan Grimm”, explica Samuel Claro, arquitecto encargado de dar vida a esta nueva bodega y quien tiene una amplia experiencia en construcción de viñas.

Para realizar el proyecto, el arquitecto priorizó un diseño con líneas curvas, que dan forma a unas especies de velas de hormigón ordenadas en espiral que se sumergen en los viñedos. Este juego, sumado al paisajismo, permite a la estructura despegarse de la ortogonalidad del resto del conjunto de bodegas. A la vez, la forma de espiral concéntrico refuerza el concepto gravitacional de la bodega, donde los vinos son trabajados íntegramente por gravedad natural sin bombas. Si bien la arquitectura es fundamental, los dueños de Errázuriz pusieron especial énfasis en que esta obra fuera lo más sustentable posible. “Como parte de esta visión, se incorporó un sistema de aerotermia, consistente en ductos enterrados a tres metros de profundidad que –en su recorrido de más de 150 metros– ingresan a la bodega entregando aire fresco. Esto permite enfriar en verano y calentar en invierno. El sistema estabiliza la temperatura al interior de la estructura, lo que es fundamental en el mundo del vino”, explica Claro.
 
Las Niñas, lujo en la sencillez
Enclavada en el precioso Valle de Colchagua, se encuentra la bodega de Viña Las Niñas, obra del arquitecto Mathias Klotz. Consiste en un gran cubo que posee una fachada semi transparente. “Quise hacer un espacio diáfano, ventilado e iluminado en forma natural, no sólo para minimizar sus requerimientos energéticos, sino, especialmente, para lograr un buen ambiente para los trabajadores que pasan parte importante de su jornada en este lugar”, afirma Klotz. Como el paisaje tiene una gran belleza natural, el arquitecto decidió poner en primer plano un volumen muy sencillo que contrastara discretamente con el entorno. Es por eso que su piel es opaca y grisácea. La idea del proyecto respecto a su materialidad es presentar un aspecto exterior que se mimetice con el paisaje durante el día y vaya haciéndose presente durante la tarde y la noche, en la medida que el interior comienza a iluminarse. “En este caso, el edificio de la bodega de Las Niñas pretende reflejar calidad y lujo en la sencillez, algo muy distinto a una cierta propuesta escenográfica y pretenciosa que generalmente anima a otros proyectos del sector”, finaliza Klotz.

 


Fuente:cosas.com.ec









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