El arquitecto Antoni Renalias lleva casi 40 años ejerciendo la profesión,siempre en Ayuntamientos del área metropolitana de Barcelona y en proyectos urbanísticos pensados para coser las ciudades que el desarrollismo franquista desgarró: desde el trazado del AVE a su paso por lo que fue el cinturón rojo hasta el diseño de los polígonos industriales o por dónde se construirían las rondas que cruzan las afueras de la capital catalana.
“Claro que el urbanismo tiene ideología. No es lo mismo que sea un promotor el que se beneficie de una actuación a que se produzca una plusvalía invisible como es la calidad de vida de los ciudadanos”, explica. Ese bienestar personal, dice, es lo más importante que puede ofrecer una ciudad a sus vecinos y por eso se confiesa enamorado de Bilbao o de San Sebastián. “Tienen una relación envidiable con el mar y la montaña”, apostilla.
“Madrid ha tenido una gran suerte con que no le dieran los Juegos Olímpicos porque solo habrían servido para multiplicar su deuda”, confiesa sin reparos, igual que considera “aberrante que Barcelona se plantee los Juegos Olímpicos de Invierno”. “¿En qué cabeza cabe que una ciudad mediterránea pueda hacer eso?”, se pregunta.
Renalias está embarcado desde hace un año en un proyecto solidario que gira en torno a la Federación Iberoamericana de Urbanistas (FIU),de la que forman parte mil profesionales de 21 países. Él está en la junta directiva como tesorero y dice que solo se nutren de las aportaciones de sus socios. Persiguen el objetivo de hacer “ciudades más justas y sostenibles”, levantando viviendas dignas donde ahora hay chabolas. En todos los casos, el protagonismo lo tienen siempre los “pobladores”, no los ingenieros, geógrafos, economistas, arquitectos o abogados. Ya han desarrollado un centenar de experiencias en barrios de América Latina que se han recogido en una exposición itinerante que ha recorrido diversas ciudades españolas y latinoamericanas.
En el mundo hay mil millones de personas en viviendas indignas, media humanidad habita en ciudades y la previsión de la ONU es que en el año 2050 tres cuartas partes de la población del planeta será urbana. “El futuro de la humanidad, para bien o para mal, es urbano”, remacha Renalias. De ahí la parte de culpa que atribuye a sus colegas en la burbuja inmobiliaria y la especulación urbanística vivida en España. “Los arquitectos tenemos formación para haber evitado eso y no lo hemos hecho, sino que hemos colaborado vendiéndonos a los intereses de los promotores o al político de turno para hacerle la pelota”, repite desde hace tiempo, pese al malestar que eso provoca en su colectivo.
“La corrupción urbanística se presenta en ocasiones como algo inevitable, porque hay demasiada gente muy mal acostumbrada”
Y luego está la lacra de la corrupción vinculada al urbanismo, “que en ocasiones se presenta como una cosa inevitable, porque hay demasiada gente muy mal acostumbrada”, opina. La función de su gremio, recuerda, es que la ciudad crezca ordenadamente, pero reconoce que en muchos casos el ego desborda ese objetivo. “Lo que no debe hacer un arquitecto es plantearse como objetivo dejar su huella en el territorio”, aunque las ciudades españolas están llenas de ejemplos que a veces acaban en el juzgado.
Fuente:sociedad.elpais.com