Zeoform fue noticia hace algunos meses cuando apareció en escena como una opción sustentable para reemplazar plásticos, resinas y maderas para el armado de objetos. Desarrollado por la compañía australiana Zeo, este compuesto de celulosa y agua se postuló como una opción amigable en la construcción de sillas, cuencos y flautas, entre otras opciones. El zeoform, gracias a su impronta verde, incluso tuvo la oportunidad de participar en dos ediciones del Green Festival del año pasado.
Ahora, llegó el momento de que la revolución sostenible entre en contacto con un elemento silencioso, presente en todas partes y que sirve para pensar en grande: el cemento. Según Carbon War Room, se producen 1.23 trillones de ladrillos de concreto al año que liberan ocho millones de toneladas de CO2. Esta impresionante cantidad de energía y contaminación liberada durante su proceso de fabricación hizo que muchos investigadores y científicos hayan puesto la mira en dar con una solución menos dañina para la construcción. ¿Cuál es la respuesta? Una opción que requiere ensuciarse las manos. Ya son varios los que están trabajando con una alternativa curiosa: una mezcla de arena, bacterias, cloruro de calcio y una buena cantidad de urea para generar concreto.
Peter Trimble, un diseñador industrial de la Universidad de Edimburgo, pertenece a este grupo de vanguardistas sostenibles. Como proyecto final de su carrera decidió armar una pequeña fábrica para combinar todos los materiales de esta curiosa fórmula, valiéndose de un recipiente de acero inoxidable, la bomba de una máquina de café y el mezclador de una licuadora. Tras un día de trabajo un tanto bohemio y artesanal creó un banco con la resistencia necesaria para aguantar sus 90 kilogramos.
A pesar de este resultado alentador, Trimble considera que hay que hacer algunos agregados para mejorar el material. “Sin algún tipo de refuerzo, esta arenilla sólo tiene dos tercios de la resistencia que porta el cemento. Además, se necesita otro tipo de protección para que el material no se resienta con el efecto de la erosión o el agua”, aclara.
En otra escala está bioMASON, la compañía que dirige la arquitecta Ginger Dosier, que se dedica a “cultivar” ladrillos biológicos con la mezcla que aparece más arriba. “Nos basamos en microorganismos para crear materiales que remplacen a los utilizados en las construcciones. A diferencia de los que están hechos con arcilla o concreto, bioMASON se produce sin calor extra y a temperatura ambiente. El resultado son ladrillos con la misma resistencia, similar tiempo de producción y paridad económica”, detalló Dosier.
La importancia de esta iniciativa reciente le valió a la autora un premio estímulo de 500.000 euros en el Green Challenge 2013 para poner en práctica esta iniciativa. ¿A dónde apunta Dosier con su emprendimiento? “Creo que reducir las emisiones y la contaminación es importante, pero creo que nuestra meta debería ser más idílica: una red sustentable que haga uso de la basura que produce en lugar de únicamente generar menos”.
Y si todo esto parecía impresionantes, aprovechamos el momento para agregar que el este bioconcreto también puede llegar a Marte. La NASA trabaja en conjunto con la Universidad de Brown y la Universidad de Standford en un proyecto para generar ladrillos, Biobricks, en el planeta rojo.
El objetivo consiste en que la tripulación, en lugar de llevar los materiales y elementos necesarios para armar estructuras, transporte un contenedor con billones de bacterias que se alimenten de los materiales una vez allí. Los microbios estarán preparados para generar distintas formas de combustible, plástico y concreto.
Lo que hace más increíble este proyecto es el hecho de que los primeros ladrillos del espacio podrían depender de la combinación de escherichia coli con orina de astronauta. Eso sí que sería una revolución en materia de construcción sostenible.
¿Qué te parece estás iniciativa para reemplazar al concreto?