GUADALAJARA, JALISCO. El sueño de muchos hombres es trascender a su tiempo. Que su obra, aquello que lega para los demás, lo sobreviva y le permita seguir viviendo a través del recuerdo de los demás. En el caso de Luis Barragán, ese legado está en piedra. En los planos de todos los proyectos que soñó y logró levantar. En la fina arquitectura que emanó de su mente y hoy es un sólido recordatorio de que los imposibles no existen.
La obra de Luis Barragán (Guadalajara 1902–Ciudad de México 1988) se palpa con facilidad en la ciudad que lo vio nacer. Pero mientras que las construcciones que brotaron a partir de su mente se quedaron fijas donde se levantaron, él no tuvo problema en marchar a otros puntos de la República para dejar constancia que a donde quiera que fuera, siempre estaba listo para erigir nuevas maravillas.
Aunque era un enamorado de la Perla Tapatía, Barragán marchó a la Ciudad de México en 1937 para trabajar en una serie de proyectos que, sin saberlo, le iban a comprar el boleto a la posteridad. Uno de ellos fue la casa Luis Barragán, quizás de los más íntimos y con menos proyección pública, pero que irónicamente, se convirtieron en una de sus creaciones arquitectónicas más célebres.
Cuna de ideas
Que el arquitecto haya concebido su morada en Tacubaya como una “casa-taller” da cuenta de que tan entregado estaba a su trabajo. Su vida y su obra estaban íntimamente relacionados, y basta con lanzar una mirada a su interior. Todo fue diseñado por él. Los muebles, los pisos y el techo de madera, la elección de los materiales y los colores.
La ciudad que vive
El arquitecto tapatío trabajó de la mano con el otro gran arquitecto mexicano de la época, Max Cetto. Y con ellos, artistas de la talla de Juan O’Gorman, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Mathias Goeritz.
Pronto, Jardines del Pedregal dejó de ser una zona indeseable para vivir. A mediados de la década de los años cincuenta y los años sesenta del siglo pasado, la zona al Sur de la Ciudad de México se convirtió en la nueva joya para vivir. Familias pudientes y artistas la hicieron suya, dotándola de pompa y boato, aunque con el paso de los años, el crecimiento descontrolado de la urbe engulló por completo el que sería un barrio de ensueño.
Vio su vuelta al terminar los apartamentos que levantó en la Colonia Cuauhtémoc, como lo vio volver cuando acabó con los proyectos de Árboledas en Atizapán, Estado de México. Lo vio regresar de Acapulco, luego de levantar los jardines del Hotel Pierre Márquez en 1955, así como volvería en 1984, cuando inauguró una de sus últimas obras, el Faro de Comercio de Monterrey.
Diseñada para albergar sus ideas, su descanso y su trabajo, la Casa Luis Barragán no conoce el silencio. Es visitada todo los días por curiosos y estudiantes de arquitectura, que esperan llegue a ellos la misma inspiración que su dueño tuvo durante más de cincuenta años de trayectoria, carrera llena de momentos brillantes, que le valieron ganar el Premio Prikster en 1980, el máximo galardón a nivel mundial que se le puede otorgar a un arquitecto. Y sí, es el único mexicano que lo ha ganado hasta el día de hoy.
Fuente:informador.com.mx
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