Usted, que a decir verdad se da bastante maña con las cuestiones constructivas y el diseño, hace rato que tiene ganas de efectuar unas modificaciones en casa. Un bañito extra, un parrillero. ¡Una galería al Norte! Comienza a dibujar, charla con conocidos, hojea revistas. Finalmente, en marzo, decide contratar a un arquitecto.
El hombre es afable, dispuesto. Intercambian mails y aparecen los primeros bosquejos. Pronto llega el diseño definitivo y la promesa: en tres meses está listo. Comienza en otoño la locura de la búsqueda de materiales, cotejo de precios, fletes que van y vienen, y lo peor: convivir con la obra. Usted se dice: son sólo tres meses...
Después se agrega un tema no menor: los albañiles. "No se preocupe, yo me hago cargo", dice el arquitecto. Como todo lo nuevo, las primeras dos semanas son un violín. Son, también, las más sucias: demolición, acarreo, contenedores. Usted se pone el barbijo y campea como puede.
Pero ya a la tercera semana, los chicos se relajan. El lunes no vienen. Martes, miércoles y jueves, que usted se levantó una hora antes para despachar desayuno previo a su llegada, aparecen a media mañana. Eso sí, viernes a las 8 en punto, y sábado nunca ausentes: ¡día de pago!
Es inevitable que usted intervenga. Después de todo, el arquitecto pasa un ratito a mediodía. Y a veces no pasa. Así que usted reclama lo poco que ve: terminaciones, niveles, plomadas. Y al tiempo se ve envuelto en el "'yo dije, él dijo''.
Por supuesto que a los tres meses el herrero todavía no trajo las rejas, el marmolero no hizo los zócalos, el plomero lo dejó plantado cuatro veces, por lo que los albañiles no pueden hacer el contrapiso. Y el arquitecto tiene 20 obras más, y cada vez viene menos. En el interdicto con los albañiles... él toma partido por ellos.
Llegó la primavera, y usted ya está considerando seriamente irse a otro lado. Las plantas están muertas, las mascotas aterrorizadas, el fondo lleno de peligrosas zanjas. En el medio llovió, nevó, los albañiles se enfermaron, viajaron, tomaron muchísimo mate cómodamente sentados en el cordón de la vereda. Los reclamos se intensifican, y la relación con el arquitecto se pone tirante. El dinero comienza a agotarse, y la paciencia también.
Diciembre. Verano. Sus vaticinios se cumplieron: esto no estará listo antes de Navidad. La feliz remodelación es hoy una tortura diaria. Usted, con tal de que todo termine, ya deja pasar detalles. La galería desagua hacia la casa. El parrillero está inclinado. Los cerámicos no coinciden. Pero finalmente aparece el pintor, y tiende un manto beige y ocre de piedad sobre todas las fallas. Pasa Navidad, y la mismísima tarde de Año Nuevo usted finalmente pone las champas y riega su nuevo jardín.
Capítulo II: Usted saca las reposeras, pone mesitas y sillas nuevas, y estrena la obra. Disfruta de largas y plácidas tardes a la sombra de la flamante galería... hasta que llega la primera gran tormenta de verano. ¡La galería se llueve! Viene un nuevo pintor y diagnostica que la membrana fue puesta sobre tierra suelta y naturalmente no se adhirió.
Después llega un temblor: los cerámicos se cuartean y una pared se agrieta. Las nuevas rejas comienzan a trabarse, y a sólo dos meses, una de ellas sencillamente no abre más. En la siguiente lluvia, también se llueve el baño. Usted reclama y reclama, pero nadie viene.
Usted, en salvaguarda de su salud mental, decide no quejarse más. Aprende a convivir con los defectos y cierra los ojos resignadamente.
Pero un año y medio después, en la novísima remodelación, aparece humedad en paredes y pisos. Viene un nuevo plomero y diagnostica fallas en conexiones que están bajo tierra: hay que picar. Usted ya comienza a repasar mentalmente la pesadilla, y a intentar recordar si guardó cerámicos de cada tipo. Además, todo lo metálico se ha oxidado. Urge repintar. Cabe aclarar que el resto de la casita de barrio viene funcionando muy bien hace más de 10 años, por lo que usted no se explica cómo lo nuevo se vino tan abajo...
Así es como usted arriba a las páginas de Arquitectura legal. Constata que los incumplimientos de contratos, cumplimientos defectuosos, vicios ocultos, fallas en los materiales, proyectos equivocados, violaciones a las normas de seguridad edilicia, etc. prenden la mecha de toda clase de litigios.
Aprende que, ante esta situación, el derecho concede al damnificado una acción de equivalencia patrimonial, a los fines de obtener las indemnizaciones correspondientes (artículo 505 inc. 3 del Código Civil). A esta acción se la denomina "'daños y perjuicios''.
¿Y quién responde por las fallas constructivas? La ley dice: "'serán responsables aquellos que hayan intervenido en el proceso de construcción intelectual y/o material actuando en forma negligente''.
Y, sí... su amigo el arquitecto.
lunes, 18 de noviembre de 2013
La arquitectura legal
4:56
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